viernes, 6 de agosto de 2010

Héroes



Aunque su historia salió publicada en el magazine de El País Semanal
hace dos o tres meses, yo la conocí ayer.

La historia de su vida es impresionante.

Turco es un perro labrador al que un día, sus primeros dueños arrancaron el chip y abandonaron a la muerte. Esto sucedió en Tarifa. El perro acabó medio muerto de hambre, sed, y con alguna pedrada de propina, en un campo de maniobras militar.

Allí, los militares que lo encontraron decidieron regalárselo a una compañera, Cristina Plaza, que con 22 años se sentía un poco sola en su adaptación al mundo militar, y que había comentado que quería tener un perro.

Cuidó de él, le puso un nombre, Turco, y el perro se recuperó pronto aunque durante meses no ladró, por el trauma al que había sido sometido. Un claro caso de stress post-traumático.

La casa de Cristina se inundó, y ante la imposibilidad de seguir viviendo en ella, decidió mandar a Turco con su madre, a un pueblo de Valladolid.

Allí es donde unos amigos bomberos, que entrenaban perros para rescates, se fijaron en su capacidad olisqueadora y en su inteligencia, y propusieron hacerle un prueba de admisión para ser adiestrado como perro rastreador de supervivientes. Cristina accedió aunque advirtió que Turco no podía ladrar.

Turco superó las pruebas y encontró su vocación. A las pocas semanas había vuelto a ladrar.

La prueba definitiva para Turco fue el terremoto que asoló Haití. Los bomberos fueron enviados para buscar supervivientes y se llevaron a Turco, (también a otro perro, Dopy, otro héroe)

Sólo una detalle: los perros de rescate ladran cuando encuentran un olor de humano vivo. Pero espontáneamente, sin que el adiestramiento tenga nada que ver, esconden el rabo entre las piernas y agachan la cabeza cuando el rastro es de alguien que está muerto. Sienten pena de verdad. Ésa es la clase de animal que los desgraciados abandonan cuando abandonan un perro.

Y Turco, aquel perro abandonado, deshauciado y medio muerto de tiempo atrás, salvó nada menos que dieciocho vidas humanas, entre ellas la del niño de dos años Redjeson Hausteen Claude, cuya imagen dio la vuelta al mundo, que llevaba dos días sepultado bajo los escombros y abrazado a su abuelo, que había muerto.

Cristina, su salvadora, lo vio desde España en la televisión, llorando de alegría y de orgullo. Dieciocho vidas, dieciocho, una a una.

(y me da por pensar: sus primeros dueños, tal vez algún día se vean abandonados, quizá en un asilo donde nadie les visite, quizá piensen que la vida no es justa, qué han hecho ellos para merecer eso. Dieciocho futuras familias, docenas de descendientes, sí sabrán qué)