miércoles, 26 de enero de 2011

cachorra

los fines de semana íbamos a la casita del campo. está en mitad de un encinar.
desde que tengo recuerdos me dejaban irme sola por el bosque. hablo de que tenía seis o siete años y me largaba a investigar las cosas.
a mis padres no les inquietaba mucho el asunto, y a mí me encantaba curiosearlo todo.

me sabía los caminos, nunca nunca me perdí.
a lo único que tenía miedo era a las lejanas escopetas de los cazadores. estaba convencida de que si me colaba en un coto de caza no se lo pensarían y me pegarían un tiro.

aquel día escuché de lejos el sonido de unos cascos y salí corriendo desde la profundidad del bosque al camino, para ver cómo se acercaba el caballo. creo que era la primera vez que veía un caballo así, delante de mí, un caballo de verdad. tenía seis o siete años y por allí nadie tenia caballos.

el señor que lo montaba debió flipar. yo ahí muy quieta y con cara de asombro, los ojos como platos: un caballo de verdad!!

paró. me miró; miró a mi alrededor.

-Hola, bonita. ¿Te has perdido?

-¡Hola! ¿Ese caballo es suyo? No me he perdido. Me sé todos los caminos.

-¿Te dejan estar sola en el bosque?

Era mayor, de la edad de mi padre o algo más. Tenía barba oscura, y una camisa de cuadros, y llevaba un cinturón -me acuerdo como si fuera ayer- con una hebilla metálica grande con una 'E'.

-¡Claro! ¿De qué es esa 'E'?

-Es porque me llamo Enrique, ¿y tú?

-¡Igual que mi novio! Yo me llamo Valeria.

se echó a reír

-¿Tienes novio?

-¡Claro que tengo novio! ¡Estoy en segundo de párvulos!¿Me deja montar? Nunca he montado en un caballo...¿me puedo montar?

Era enorme, el caballo, visto desde abajo. Era el animal más precioso que había visto.

-¿Puedo montar? ¿Por favor? ¿Me deja montar?

Sonrió.

-Está bien, alza los brazos y te subo.

Era muy fuerte, me subió como si no pesara nada. Acaricié el cuello del caballo. Era tan bello.

-¡Qué guay! ¿Me deja dar una vuelta? ¿Lo puedo llevar yo sola?

Se partía de risa

-No, no, de eso nada. Agárrate bien, y te doy un paseo. Pero lo llevo yo. Cuando seas más mayor podrás llevarlo tú. ¿De acuerdo?

Me pareció justo. Me agarré a las crines. Trotamos un buen rato.

Después le indiqué dónde estaba mi casa, y me llevó.

Mi madre escuchó los cascos pero no se imaginaba que yo venía montada en ellos. Llegué triunfante y entusiasmada. Ella agradeció al señor Enrique su paciencia; el señor Enrique dijo que no era nada, que a veces salía a pasear con el caballo por ahí (era de un pueblo cercano) y que si tanto me gustaban los caballos, no le importaba darme una vuelta de vez en cuando.

Cuando se fue, yo seguía alterada como una mariposa con tres cafés e inmediatamente mi madre se puso seria y me dijo

-Que sea la última vez que te vas con un desconocido a ningún lado. Como vuelvas a hacer eso no te dejaré que vayas sola al bosque.

-¿¿Qué?? ¡Pero el señor Enrique no es un desconocido!

-Claro que lo es. Y aunque él sea bueno hay gente mala. Hay gente que secuestra a los niños, no puedes fiarte del primer desconocido que te encuentres.

-¡No era un desconocido! ¡Antes de montar ya sabía que se llamaba Enrique! Enrique, como mi novio, mamá.

-He dicho que es la última vez que haces eso.

A veces los adultos no te dejan opción. Así que el resto de las veces que le vi, que fueron muchas, no me llevaba hasta mi casa. Le pedía que me dejara lo bastante lejos como para que mi madre no escuchara el trote de los cascos ni de mi felicidad absoluta.

Me sigo fiando de los no muy conocidos.