domingo, 17 de abril de 2011

trabaJos iNestables- LXXVII

Ya había tramitado el permiso para poder ir toda la semana que viene a la biblioteca del CSIC, para buscar bibliografía especializada y preparar el trabajo que voy a presentar en Psicocrítica.

Pero me han llamado para trabajar, mañana y pasado. Así que en lugar de estar leyendo a especialistas en Faulkner voy a estar haciendo un estudio de mercado, registrando la opinión de la gente acerca de la densidad de no sé qué tostadas.

A cambio no sé cuánto me pagan exactamente, ni me lo han dicho. Sé cómo: dentro de mes y medio tendré que ir a buscar el cheque a la otra punta de madrid, e intentar cobrarlo en una oficina bancaria donde quieran considerar ese cheque de aproximadamente cien euros como 'cheque nómina' y así no cobrarme los tres euros de comisión que te restan por pagarte TU dinero de TU cheque, que has ido a buscar un mes y medio después de realizar el trabajo a la otra punta de madrid.

No entiendo cómo funcionan las cosas, o cómo han llegado a funcionar así. La realidad es obscena, un sutil proceso kafkiano.

Dicen mis padres que sus tiempos fueron duros: no pudieron estudiar, mi padre trabajaba a los doce años y mi madre a los catorce. A los veintimuypocos se casaron y en cuatro años habían pagado su casa, con el sueldo de dependienta de mi madre, y el de electricista de mi padre. Además de tener y mantener a dos hijos, pudieron comprar una parcelita de tierra en la que ir poniendo cimientos y poco a poco ladrillos, para hacer con sus manos -y las manos del amigo Matías, albañil de profesión, y las manos ásperas y nobles de mi abuelo, trabajador incansable, y las manos suaves pero resistentes de mi madre, y las manos de todo el que quiso o pudo ayudar-la casita de los fines de semana y los veranos, la casita del campo.

Mi madre dejó de trabajar para cuidar 'de niños y de viejos' (el sino de la generación de mis padres) y yo llegué a destiempo y aún así nos sacaron adelante sin problemas, a los tres críos y a las dos casas. Sin grandes lujos, pero desde luego sin necesidad. Si hasta nos íbamos de vacaciones:  en lugar de ir a un hotel íbamos a un camping. En lugar de comer en chiringuitos, mi madre hacía ensalada y pollo empanado y bocadillos y nos los comíamos a la sombra de los pinos. En lugar de ir a París íbamos a Cuenca, y todos tan contentos. La única gran putada: estar atado a un trabajo que no te gusta, porque no pudiste estudiar. Conclusión: que mis hijos estudien. Funcionó con mis hermanos mayores, que terminaron sus carreras mucho antes de que empezara a oler a crisis, cuando apenas empezaba a escucharse la palabra 'becario', 'ETT', 'contrato basura'. Aunque hayan firmado hipotecas a treinta años, las podrán sacar adelante. Nunca fueron a buscar un cheque de cien euros al mes y medio de haber trabajado dos días evaluando la opinión acerca de la densidad de la tostada, en quinto de carrera. 

Ahora ya está todo el pescado vendido. Y para la mierda que respiramos, estamos muy tranquilos. Pero no me confío. Ni me desespero. La calma absoluta precede siempre a los tsunamis.