miércoles, 28 de septiembre de 2016

27 de septiembre - el día que hay que escribir (quinta edición)

Máximo Gorki propuso en 1935 que todo escritor, aspirante, reconocido o anónimo, profesional o aficionado, narrase un día de su vida: el 27 de septiembre. Y esta, la edición de 2016, es mi quinto año consecutivo narrando mi 27 de septiembre. 


Cuando empieza el día, las 00:00, estoy tirada en el sofá de mi casa con Hor y con la gata haciendo runrún cerca de nosotros. Estamos viendo Bates Motel, la serie precuela de Psicosis. Llevamos una temporada aficionados a las series...nos bebemos una y empezamos otra. Leemos poco. Escribimos menos. Yo lo echo de menos, a veces. Poder pasarme el día escribiendo. O mejor dicho las noches. Y de un  tiempo a esta parte se me da peor trasnochar. Mi trabajo es demasiado físico y necesito dormir, no hay cuerpo que aguante como antes, durmiendo 4 o 5 horas a deshora. 

Enlazamos un capítulo tras otro y nos dan las 2. Nos vamos a la cama y Hor me hace cosquillas hasta  que me duermo. 

Nos despertamos sobre las 9. Él se va a trabajar y yo me quedo en casa trabajando. Hay que organizar todos los grupos nuevos para octubre. ¿Qué grupos? Los de las actividades de la escuela de danza que montamos hace un año y que sigue en pie y con perspectivas alentadoras.

A veces me da miedo despertarme y que todo haya sido un sueño.
A veces me da miedo despertarme y que todo esto de volar, de dedicarme a enseñar a volar, de tener un curro tan bonito en el que los días se me hacen cortos, sea un sueño.
A veces me imagino que nunca hubiera descubierto el pole dance y no tengo ni puñetera idea de qué habría sido mi vida sin ello, pero sería aburrida y estaría frustrada sin saber qué es ese algo que me faltaba y que nunca encontraba. 



Me enamoré. Es así. Lo probé, me enamoré y no lo he dejado desde que lo conocí. 

Así que Hor se va a trabajar y yo me quedo en casa enviando chorrocientos whatsapps, haciendo llamadas, respondiendo llamadas; anotando, borrando, tachando y reanotando en mi cuaderno. 

Cuando quiero darme cuenta es la 1 de la tarde y sigo en pijama. No me he movido de la silla desde las 9:30 y ahora sí, meto el turbo a la casa: me doy una ducha, me visto con unos leggins de flores, una camiseta azul con un dibujo de un conejo y debajo la frase 'My life is like a song'. Recojo la ropa tendida, la guardo en el armario (nunca plancho la ropa) y paso la mopa a la casa. Preparo algo de comer: Espaguetis con berberechos, milanesas de soja y una ensalada de postre: rabanitos, naranja en trozos, uvas y unas hojas de lechuga. Tremenda combinación.

Salgo de casa sobre las 15:30. La línea de metro que me lleva hasta la escuela está de obras, así que tengo que hacer un gymkana con 3 transbordos hasta llegar allí, casi a las 17h. Cuento los días para que vuelvan a abrir la línea 1. Aprovecho el viaje para responder más mensajes, devolver alguna llamada y preparar las clases de esta tarde: un grupo de niñas y dos grupos de adultas. 

A las 17:30 llegan las niñas: hoy la clase está al completo. Me encanta dar clase a las enanas aunque es agotador. Es como dar dos clases de adultos. En cuanto pueden, trepan hasta arriba hasta por las paredes. Son temerarias y no ven el peligro. Hacen exactamente lo que les he dicho que no pueden hacer. En cuanto algo no les sale se ponen a hacer lo que les sale del mambo. Entretanto, les enseño giros molones y figuras que dejarán boquiabierto a cualquiera en el parque, donde sé que luego practican todo. Son pequeñas ninjas voladoras, o lo serán si hacen caso y aprenden a volar.
Las madres se asoman al final de clase y no pueden dejar de flipar con lo que hacen sus niñas. Y a mí me encanta mi trabajo. 

Luego llegan las mayores: más disciplinadas pero las risas, los gritos, el buen rollo de la clase y la adrenalina y serotonina ambiental no tiene nada que envidiar a la clase de las niñas. Hoy se marcan Jades, una figura muy deseada que es un hito conseguir. Y lo van consiguiendo. Chicas que llevan un año, y que hace mucho que hacen cosas que nunca se imaginaron que llegarían a hacer. Lo pasamos en grande y aplaudimos al final de las clases. 

Lo mismo en el segundo grupo: Allegras, Supermanes, Mariposas extendidas, Monos, Pececitos y demás seres desfilan en una clase de chicas que se van doloridas pero felices de haber conseguido nuevos retos. O picadas por no haber conseguido su reto de hoy. Mañana lo lograrán. El pole es un proceso, y a veces no compensa tener prisa. 

Hor aparece en la escuela sólo para darme un beso camino de su casa. Le veo al otro lado del ojo de buey que hay en la puerta de clase, y salgo un momento a darnos un arrumaco. Hoy no dormimos juntos, cada mochuelo se va a su olivo. La gata de cada cual demanda a su humano.

Acaban las clases. Cierro la escuela. Una amiga me está esperando al terminar su clase y me acerca en coche hasta un metro que me viene bien. Charlamos por el camino y planeamos quedar con más compis un viernes de éstos. 

Son más de las 23 cuando llego a casa. Respondo a las demandas de mimos de la gata y me preparo algo de cena: bocadillo de salmón, tomate y queso fresco. Me lo como intercalado con carreras y escondites con la gata. Dan las 12. Se acaba al día. 

Ojalá tuvieran más horas. Ojalá me hubiera dado tiempo a más. 
Tecleo la dirección de este blog, mi blog...compruebo que aún existe. Le quito las telarañas. Miro las estadísticas. Tengo unas quinientas visitas al mes. Me parece muchísimo, dado que ya no escribo. 
Leo los anteriores 27 de septiembre. Me gusta mucho cómo ha ido cambiando mi vida. 

Me quedaría aquí un tiempito más. Girando, volando, dejándonos los cuernos por un sueño. Con todo el sacrificio que conlleva. Con todo el esfuerzo que conlleva. Con toda la paciencia que conlleva. 
Con todos los callos. 


Y entonces pulso 'entrada nueva' y me da como vertiguillo. Más que hacer un russian layback. Y noto ese cosquilleo y me pongo a escribir el día que hay que escribir.

do what you love what you do