lunes, 28 de septiembre de 2020

27 de septiembre - el día que hay que escribir (novena edición) ESPECIAL PANDEMIA

Y van nueve. Todo porque en 1935, el escritor ruso Máximo Gorki propuso que toda persona presente o futura que escribiera, ya fuera de manera profesional o aficionada, narrase un día de su vida: el 27 de septiembre. 

Ya no creo que deje de hacerlo hasta que me muera. En esta ocasión, cuando comienza el domingo 27 de septiembre de 2020, estoy en el salón con Horacio viendo Vikingos en el ático, en Rivas. No estoy de visita. Vivo aquí desde marzo, desde el Estado de Alarma y Pandemia. Esa crítica semana en que todos los planes del mundo mundial se fueron al garete y los supermercados se quedaron sin papel higiénico, agarré a Tití y un par de maletas y nos vinimos para acá. Me acojonaba que cerrasen el metro y quedarme confinada en mi casa diminuta y sin ver a Hor hasta vete a saber cuándo. Así que me vine aquí hasta que la cosa se calmara pero de momento no se ha calmado mucho que digamos. Y aquí seguimos. No me arrepiento: Convivimos bien porque somos buen equipo y nos queremos y nos cuidamos. Pero así es: Nueve años de relación y me vengo a vivir con él no por presión social ni planes de futuro, si no por una jodida pandemia mundial. Es muy bonito y muy apocalíptico confinarte con alguien a quien amas en medio de una pandemia mundial. Es algo que no ocurre en todas las generaciones. 

Voy por mi casa tanto como puedo. Esos ratos trato de habitarla porque creo que lo que no se usa y no se habita, se muere. No sé dónde voy a estar el año que viene. En mi casa, después de un proceso de luchar contra la acumulación, todo estaba exactamente como me gustaba, ni más ni menos. Aquí hemos tenido que negociar espacios, cosas, exceso de cosas que en algún momento me ha agobiado. Es así. Pero la verdad es que ya estoy bastante a gusto. Echo de menos mi barrio. Lo fácil que es ir a cualquier lado desde ahí. Tener todo a mano, el bullicio, las tiendas de comida del mundo y las miles de fruterías. La biblioteca, la tienda de Juan, mi escuela de manualidades. El año pasado estaba a punto de empezar a hacer Tiffany y me ha encantado. Me gusta muchísimo el vidrio de colores, y cortarlo, y pulirlo, encintarlo, soldarlo. Salen cosas mágicas de ahí. Así que he intentado aguantar las manualidades. Voy un par de viernes al mes, aunque septiembre se complicó entre mis visitas al dentista y la cuarentena de mis profes. El puto virus, está en todo. Y no quiero dejar de hacer Tiffany. Es un arte en peligro de extinción y a mí me encantaría ser maestra vidriera algún día. Entre tantas otras cosas que me encantaría ser todavía.

Total, me esperaba un fin del mundo con más saqueos y más caos, pero por el momento hay electricidad, internet, comida para los gatos, agua caliente, la nevera está llena y la escuela abierta, aunque la mitad de las alumnas estén confinadas y todavía debamos clases de marzo. Ya no se hacen planes ni a medio plazo. Todo puede ocurrir. Todo es un videojuego en el que van cambiando las normas y los códigos. Un episodio regulero de Black Mirror. La escuela iba bien. Iba muy muy bien. Hasta marzo de este año. Ahora ya veremos. Quién coño sabe. Trato de disfrutar el día a día de sobrevivir, de haber vuelto a abrir y tener las clases llenas hasta la semana pasada. De seguir volando como acto de resistencia. Sólo sé qué confío en que tendremos fuerza para afrontar lo que venga. Porque es una carrera de resistencia, no de velocidad. Resistencia, no velocidad. Resistencia, no velocidad.

También sé que hay una nueva división de clases: por un lado está la gente que lleva mascarillas quirúrgicas, que hace parecer el mundo un gran quirófano y a todos unos enfermos, y me da bajón existencial (ya me voy acostumbrando a verlas, pero las odio.) Y estamos las personas que llevamos mascarillas de colores o negras,o lo que sea, pero que me hacen sentir más como un ser humano con dignidad, como una Pussy Riot con un cóctel molotov en el bolso. Y cuando me siento así no está tan mal la Pandemia. Y en mi alma de yonki de belleza, lo de la mascarilla no-quirúrgica es un acto de resistencia estética quizá decisivo como especie. 

 (Y seguir amando como acto de resistencia. Y resistir como acto de amor. Estamos en un punto en el que un abrazo es un acto de irresponsabilidad sanitaria. Yo estoy del lado de lxs que arriesgan su vida en un abrazo. Prefiero un abrazo y morir con la certeza de seguir siendo humana. Prefiero ir a una boda de alguien que me importa que no ir. Y a un funeral. Esos actos que se suponía que definen la esencia humana. Yo qué sé. Esto de la pandemia me hace pensar mucho en lo esencial del ser humano. Y mi conclusión es que prefiero morir sabiendo que he vivido.) 

Así que terminamos el episodio de Vikingos y nos vamos a leer y a dormir. Duermo bien. La noche anterior, del vienes al sábado, me había despertado con un ataque de dolor mortífero de ovarios. Me pasa de vez en cuando, esta vez duró solo unos minutos, diez, quince, no sé, en los que me quería arrancar la tripa pero al final pasó y me dormí. Hacía mucho que no me ocurría. Al cabo de unas horas, me estaba bajando la regla. Este año he fumado menos. A temporadas apenas fumo, a temporadas vuelvo. Me tomo a mí misma con paciencia pero es un hecho que cuando fumo menos o no fumo, la menstruación es una broma. Y cuando fumo, me muero de dolor. El universo me dice que cuando fumo me pasan cosas malas y cuando no, me pasan cosas buenas. Pero es difícil luchar contra los hábitos. Intento trabajar lo que hay debajo, la raíz de la adicción. Llevo gran parte de este año con eso. Sanar mierdas. Recordar quién soy. A veces, durante años, se me olvidan cosas de mí. Y luego recuerdo. Ahora tengo menos pesadillas cuando dejo de fumar. Las casas que aparecen en mis sueños ya no están en ruinas, y es un alivio enorme.

Me despierto sobre las diez, Hor poco después. Abro la puerta a Tití para sus paseitos de la mañana. Sale a la terraza, huele el día, bebe agua de su sitio favorito y vuelve a entrar, así varios paseos. No conviven los tres gatos a todas horas. Pero vamos mejor. Tití no había convivido con otros gatos y le cuesta. Hace tres semanas se puso muy malita y pensé que se moría. Era que le empiezan a fallar los riñones, pero han dicho que tal vez con su medicación diaria y la dieta especial y mucho amor y algo de suerte aguante muchos años con la calidad de vida que tiene ahora, que es mucha. Le rezo mucho a la diosa de los gatos para que me permita estar con ella y cuidarla muchos años más, rezo a la diosa de los gatos para que esté bien y feliz, y que se lleve mejor o peor con Ginés y la Enana es secundario. Es un hecho que Ginés la adora y la Enana la respeta. Ha habido momentos y meses muy estresantes pero pedimos ayuda a una etóloga felina y poquito a poco hemos mejorado: No estamos nada mal. Quiero  estudiar auxiliar de veterinaria y ser geriatra felina, para cuidar mejor de Tití. Es un plan para los próximos tiempos.

Y desayuno café con leche de avena, y reviso el móvil de la escuela por si escriben nuevas confinadas y hago una lista de los grupos que hay que reorganizar el lunes a primera hora, y pienso en cosas para las clases de la semana que viene. Hor estudia porque sigue en la uni, se ha cambiado de carrera y está apretando a tope. Después, a la hora de comer, le toca irse a currar, hoy tiene guardia. 

Y después yo tenía plan: Fui a un parque donde hacen acrobacias, verticales, acroyoga y cosas así, en lo que creo que ha sido mi primer acto de vida social en Rivas desde que vivo aquí. Todo porque hace poco conocí por casualidad y por instagram a Darek, personaje extraordinario y espectacular del mundo del circo que me está enseñando a hacer el pino y hoy me ha invitado a entrenar con sus amigxs en el parque. Y ha sido muy guay. Hacía solecito y estábamos descalzxs sobre la hierba y podía mirar cómo hacían sus cosas súper difíciles de gente con superpoderes y que me enseñaran cositas menos difíciles para llegar a hacer esas cosa algún día, y todo el mundo era muy majo y casi casi casi parecía la antigua normalidad (todo lo normal que pueda ser gente haciendo el pino por todas partes. Pero seguro que me habéis entendido) Y ha sido bonito. Muy bien en un 27 de septiembre.

Cuando se fue el sol hubo retirada, y me acercaron a casa y mimé a mi gata, y salió a la terraza, y luego hice mimos y jugué con todos los gatos y convivieron un ratito en paz. Llamé a mis padres. Me di un baño. Al ratito llegó Hor. Cenamos juntos, espárragos con mayonesa, sobras de pizza que estaba muy rica, sopa de ayer. Nada de lujo en la cena de hoy: el lujo es compartirla con él. Y contarnos la tarde y vernos otro episodio de Vikingos antes de que él se vaya a estudiar y yo a escribir este día.

Y aquí, en la habitación de Tití, me sirvo una copita de vino blanco y una bolsa de pipas para celebrar este 27 de septiembre, y abro este viejo blog. Releo mis anteriores 27 de septiembre, pienso en cómo ha ido cambiando mi vida (la verdad es que todo para bien) y en la inmensa suerte que es seguir escuchando a Tití ronronear mientras escribo, año tras año. Hor viene a darme un beso. Le abrazaré en cuando termine de escribir y me vaya a dormir, preparada para otra semana de trepidantes aventuras, consejos de ministros y confinamientos selectivos o no. ¿Tendremos que cerrar la escuela? ¿Conseguiré hacer el pino? 

¿Habrá Tercera Ola, Nuevas Cepas, Milagrosas Vacunas? ¿Habrá algún día una Nueva Antigua Normalidad? ¿O sólo una Realidad Real con sus hostias en racimo? ¿Seremos felices a pesar de todo? ¿Tenemos lo que nos merecemos? ¿Lo que consentimos? ¿Lo que atraemos? 

¿Desde cuándo no engrasa usted las bisagras de las compuertas que dan acceso a su único e irrepetible Mundo Interior? ¿Se ha mirado por dentro últimamente? ¿Le gusta lo que ha visto? ¿Tiene los minerales adecuados para alinear sus chakras durante el próximo confinamiento? ¿Será el creciente negocio de las fotos de pies algo a tener en cuenta para el futuro de la humanidad autónoma? Sin duda lo mejor y lo más extravagante está por venir. Encuentre todas las respuestas en la próxima edición 2021: ¡Especial diez años de 27 de septiembres!