jueves, 12 de octubre de 2023

El día que hay que escribir - duodécima edición

Un año más, y esta es mi personal duodécima edición, sigo el juego a Máximo Gorki, que en 1935 propuso que toda persona presente o futura narrase un día de su vida: el 27 de septiembre. "El día que hay que escribir"

Dan las 00.00 y estoy con Hor en el sofá, viendo Comerse el mundo con Peña, en concreto Gotemburgo. Nos gustan los programas de cocina pero claramente a él más que a mí. En este coincidimos porque tiene  parte de viaje, de comida callejera, de alta cocina y de anécdotas y curiosidades. No duro mucho porque estoy medio chunga, esta tarde me empezó a doler la tripa en clase y aguanté como pude -show must go on- pero parece que tengo un virus express de esos que te hacen irte por la patilla y apenas he cenado una sopa de miso y un par de manzanas asadas.

Voy a dormir en la buhardilla y Hor en la habitación de abajo, por si acaso tengo una noche complicada. Pero no va del todo mal. A la una y pico los gatos suben haciendo carreras porque Ginés es un hijoputa y le encanta perseguir a la Enana. Y yo visito el baño un par de veces antes de las 2, hora a la que me duermo, y por suerte no duermo muy mal. 

Me despierto a eso de las 10. Horacio por ahí también. Seguimos sin ser de los que madrugan. Es lo que tiene currar de tarde y no tener hijos. Eso sí, hoy él se va al gimnasio y yo no, que estoy muy floja. Nos apuntamos en agosto como gran novedad en nuestra vida. Hor corre en la elíptica y luego nada en la piscina. Yo voy a alguna clase colectiva que sea durilla, tipo body pump, y luego me voy al spa. Gracias a esto en septiembre no me costó demasiado la vuelta a las clases. Hice yoga todo el año pasado y me encantó, pero ahora el cuerpo me pedía más caña y fuerza bruta. Hor ha dejado la uni (por la puerta grande) y este año su plan es volver a hacer deporte y cuidarse. Que ya vamos teniendo una (respetable) edad. Yo voy a cumplir 40 en unos meses y parece que fue ayer cuando iba a cumplir 30. Es lo bonito de tener tantas ediciones del día que hay que escribir.

Creo que me achantaban más los 30, la verdad. Estás saliendo de los 20 y te crees que se acaba lo bueno y que ya todo va a ser cuesta abajo. En mi crisis de los 30 me apunté a hacer pole y me fue genial. Para los 40, tal vez llevo todo este año medio en crisis pero eso sólo lo veré mejor con la perspectiva de los años. El caso es que la mayoría de las cosas me la sudan mucho más, y creo que eso es una señal de hacerse mayor o de madurar: antes muchas cosas me importaban, pero poco, y ahora pocas cosas me importan, pero mucho. Ya rara vez siento ansiedad. Como mejor, duermo mejor, sufro menos, casi todo me la pela, y creo que mi niña interior se pone contenta al ver en quién nos hemos convertido. 

Me importa tener tiempo para mí, cuidar a mi familia, cultivar intereses dispares e incluso absurdos, cuanto más inútiles mejor. En la medida de lo posible seguir mis propias normas, que hacen de mi mundo un sitio bastante coherente en sí mismo y en sus mecanismos, y gustoso de habitar por mí.
 poco. Cuando salgo lo doy todo, pero me he vuelto casera desde hace años, porque mi casa me encanta (no solo ahora, cuando vivía en mi madriguera diminuta también) y la vida social me agota la batería. 

De manera que hoy no voy al gimnasio para no forzar mi cuerpo, hoy víctima de la flojera, y me quedo apañando un poco la casa. Desayuno matcha latte, qué cosa más hipster y qué rica. Me sienta mucho mejor que el café. Saco tres cartas de tarot, costumbre que he mantenido todo este año. Y hoy salen la Sacerdotisa, el caballo de oros y el cuatro de bastos.  Luego, cuando subo a ducharme, los gatos suben conmigo porque es el momento de juegos y de comer barritas de premios gatunos. Esto es así cada día, sin falta. 

Me bañaría en la pisci pero por lo mismo que no he ido al gimnasio, hoy no lo hago. El agua ya está bastante fría. Ayer me bañé, y mañana también lo haré. Mañana será mi despedida de la pisci por este año. Porque mañana por la tarde me tatúo, (una interpretación de la carta de la Fuerza, en la pierna) y no me podré sumergir en 15 días. 

Voy a ver al vecino porque ayer le dejaron un paquete que iba para mí, pero no estaba en casa. Son cervezas Liefmans Fruitesse , una cosa riquísima que me flipó en Amsterdam hace años y el otro día tuve el caprichazo de encargar. No las puedo estrenar hoy por mi tripa floja, pero este finde me daré un homenaje.  

Hor vuelve del gimnasio, trabaja un rato en el jardín (que da muuucho trabajo) yo riego mi Strelitzia/Ave del paraíso, regalo de Fa, que me ha tenido en vilo este verano porque se puso pocha pero milagrosamente está sobreviviendo y echando brotes. Y después comemos. 

Patatas cocidas y tofu para mí. Nos vamos a currar. Hor me deja en la escuela y respondo whatsapps, organizo mi cuaderno de clases, me tomo una manzanilla con miel. Puta flojera. 
Llega Encarna, charlamos un rato, comienza el bullicio en la escuela. 

Doy clase a las niñas, después doy clase a las teens, luego tengo un rato en la recepción y por último, un grupo de adultas. Y ahí sigo. Es nuestro noveno curso en la escuela, y lo hago lo mejor que puedo. Ha sido un año de bastante crisis para mí en lo que pole se refiere. No hace falta entrar en muchos detalles, pero diez años ya haciendo pole, la mayoría de ellos dando muchas clases en lugar de recibiéndolas, acaban haciendo mella en el progreso. Por lo menos en el mío, que no encuentro energía o ganas para entrenar muchas más horas. Me gustaría mejorar. Y es algo que no se consigue simplemente deseándolo, hay que mover el culo y tener agujetas, muchas agujetas. Lo sé y voy despacio, porque voy lejos, como los caracoles de nuestro jardín. Pero sí, diría que esa ha sido la crisis de este año. Como todo ciclo que se precie, hace diez años empecé a hacer pole y me cambió la vida, ahora miro atrás y me encantaría encontrar esa sensación de empezar, de descubrir, de divertirme haciéndolo.

En otro orden de cosas, el año pasado el evento Neuri me cambió los planes de hacer el camino de Santiago con mi padre, que íbamos a hacer en octubre. Finalmente lo hicimos en julio, desde Ponferrada, y me encantó. Ahora quiero hacer más. Eso ha sido de lo más bonito de este año 39 de mi vida. 
Por otro lado, hablando de Neuri, de un total de dos angiografías de control que deberían haberme hecho, me han hecho un total de cero. Pero sigo viva y bien, así que tampoco me puedo quejar demasiado.

Hor me recoge a eso de las 22:15h, llegamos a casa,  los gatos cenan, yo me voy directa a la ducha porque estoy destemplada y quiero lavarme el pelo. Me noto algo febril  y el termómetro marca 37,1. Que para mí, bicho de sangre más bien fría, es un gradito de fiebre. Cenamos puré. Vemos otro Peña. Me apetecen unas pipas, señal de que voy mejor y estoy venciendo al bicho. 
Y antes de la 1 nos vamos a dormir, hoy sí, juntos. Un 27 de septiembre más. 

Escribí todo esto el 28 de septiembre, y lo dejé guardado en borrador hasta hoy, 12 de octubre. Mi tatu quedó precioso y ya está curado. Y en este otoño inusualmente cálido (llovió unos días en septiembre y desde entonces todo  ha sido sol y calor) hoy me bañaré en la piscina. Me encantaría llegar a  noviembre bañándome. Este año o cualquier año. 

viernes, 24 de marzo de 2023

casi me peta el cerebro

y a veces me dicen
-Vaya, has vuelto a nacer

Sé que es una frase hecha muy socorrida, 
seguro que yo la he usado más de una vez
pero ahora,
visto de cerca,
creo que es más bonita la noción de que
he seguido viva 

bajo los mismos términos y condiciones

que es que no es poco, joder,
es muchísimo

martes, 21 de marzo de 2023

Viví muchos años en un barrio medio chungo,

 no muy chungo pero lo suficiente para que en el vecindario hubiera camellos, trapricheos, algún atraco en el portal y un chaval muerto de un disparo. Y nunca me entraron a robar en casa. Yo decía: claro, roban en los barrios buenos. No van a ser tan gilipollas.

Llevo un año y medio viviendo en un barrio bueno y hace poco entraron a robar en casa. Es lo que tiene. Vi la puerta abierta al llegar y sólo pensé en que no se hubieran escapado los gatos. Cuando encontré a los tres dentro de casa di gracias al universo y acto seguido me subió el escalofrío de que los ladrones pudieran seguir dentro de casa, preparados para hacerme un placaje. Por suerte no fue así. No rompieron nada, apenas desordenaron cosas, no fue la típica escena de una casa puesta patas arriba. La policía nos dijo que sólo buscaban efectivo y oro. 

Pues no han triunfado, les dijimos. Y pensé: vaya, es hasta bonito. La diferente escala de valor. Todo lo que hay aquí que tiene valor para mí tiene cero interés para un ladrón. 

El dicho de toda la vida: que sólo el necio confunde valor y precio.

Una movida que me parece fundamental

es tener claro que si no eres ser capaz de ser feliz con poco, tampoco podrás ser feliz con mucho porque no van por ahí los tiros. 

me da la sensación de que a menudo se confunde felicidad con comodidad y comodidad con chalet con piscina y es una señora confusión. 


lunes, 20 de marzo de 2023

La ventaja de avanzar en espiral

es que se vuelve a pasar por el mismo punto pero a distancia, con cierta perspectiva. Si la concha del caracol es efectivamente una metáfora de la vida y tú no eres un cerrojo con patas, al final aprendes algo. 


Hace 13 años que empecé a escribir en este blog y durante mucho tiempo fue mi refugio, mi canal, mi manera de dialogar conmigo misma y con el mundo. Tenía 26 años y estaba hecha trizas en muchos aspectos. Si me hubieran dicho que a los 39 iba a ser más joven, más fuerte, más ágil, más flexible y mucho más feliz no me lo hubiera creído. Si me hubieran dicho "nunca publicarás nada y te la sudará" tampoco.

Leo cosas de hace mucho y pienso que están de puta madre, porque el 80% del tiempo estaba leyendo y escribiendo y aunque "mucho trabajo no sustituye a la falta de talento" el rodaje es un grado. Ahora ya no sé escribir, esto no es montar en bicicleta y aunque lo fuera, en bicicleta yo me di la ostia de mi vida y eso que sabía montar.

El tema es que me la pela. Estoy aquí, puede que sólo por hoy, en esta noche en la que una serie de concatenaciones me han dado ganas de escribir aquí, que para eso es mi casa. Yo excavé estos cimientos, la decoré, la habité y la abandoné.  Pero siempre he guardado las llaves.

Ya no soy Valeria Chaos y siempre echaré de menos esa época de internet anónima, cada cual detrás de un nick como una gran fiesta de máscaras. No me seduce mucho el supuesto hiperrealismo de instagram y el ser famoso por crear "contenido". Hubo un momento de mi vida en que quería crear literatura. Letra que dura. Luego aprendí a volar y abracé la dulce mediocridad que permite a un ser humano no volverse loco. Soy sólo Helena, y la H ni siquiera es oficial. Pero como es muda no le molesta a nadie.


jueves, 6 de octubre de 2022

27 de septiembre (con retraso) - Undécima edición

Máximo Gorki propuso en 1935 que todo escritor, aspirante, reconocido o anónimo, profesional o aficionado, narrase un día de su vida: el 27 de septiembre. Este 27 de septiembre de 2022 es mi undécima edición... Miento, hoy es 6 de octubre y, aunque el 27 de septiembre lo tuve en mente, lo he ido dejando pasar. Pero hoy, por sorpresa, alguien me dijo que quería leerlo. Y me ha dado el chute que necesitaba. Jamás hubiera pensado que alguien seguía leyendo este blog. (¡Gracias, S.)

Dan las 00:00 y estoy con Horacio en el salón viendo Expediente Warren. De vez en cuando nos gusta una peli de miedo y ésta da un miedo que te cagas. Mi debilidad es todo aquello que diga "basado en hechos reales". Me pueden anunciar "La increíble historia de la señora que bajó a comprar yogures y no se encontró con ninguna vecina" y yo: "joder que fuerte, tengo que verla" Así soy. Pero Expediente Warren es buena, te deja acojonada para días (y noches). 


Nos vamos a dormir. Al día siguiente él tiene uni y yo no trabajo, estoy de baja hasta nuevo aviso. Todo porque a finales de agosto pasó algo extraño. Una mañana me levanté y veía un poco borroso por el ojo derecho. No le di mucha importancia. Al día siguiente, el párpado estaba medio caído y noté que veía doble al mirar hacia arriba. Fui a la oculista, me dijo que el ojo estaba bien y que veía de lujo. Al día siguiente seguía igual, y fui a la fisio por si era a causa del bruxismo, que se me hubiera pillado el nervio óptico. Me dio un masaje en la cabeza y me volví a casa. Al día siguiente, ya 31 de agosto,  seguía igual y después de comer con mis padres (era su aniversario) decidimos acercarnos a urgencias, al Hospital Gregorio Marañon. 

En urgencias me miraron a tope en Oftalmología, no vieron nada. Me derivaron a Neurología, me hicieron muchas pruebas físicas (fuerza, coordinación, equilibrio...) y un TAC. No salió nada. Pero estaban mosqueados y me recomendaron quedarme ingresada. Os lo he resumido mucho pero fueron como siete horas en urgencias. Pasé la noche en la unidad de pre-ingreso a la espera de una cama en la planta de Neurología. Con una de las sensaciones de extrañeza más intensas de mi vida. Dormir con mascarilla, en una sala con gente muy mayor y muy malita, un señor intentando arrancarse la sonda cada media hora, las luces, los pitidos, yo pensaba "cómo he llegado yo aquí, qué coño está pasando". Lo normal. 

Me subieron a planta por la mañana. Me tocó habitación para mí sola, varios días. Me hicieron muchísimas pruebas. Las primeras no dolían: resonancia magnética, doppler, análisis de sangre, electrocardiograma, eran fáciles. Por las tardes venían mis padres, me daba un paseo con ellos y casi se me olvidaba que estaba ingresada. Cuando me cansaba de ver doble me ponía un parche. Compramos parches de colores, porque siempre divina nunca indivina. Luego venían los resultados: todo salía normal pero tenía que ser algo. Así que no me daban el alta y me hacían más pruebas. Ahí llegaron las que dolían o daban repelús. La puta punción lumbar, el TAC con contraste y la arteriografía por catéter en la que me vieron un hermoso y contundente aneurisma cerebral. Eso que si peta se llama ictus o derrame cerebral y te puede dejar fiambre o moñeco. Eso fue un jueves, y el viernes me dijeron que me operaban el lunes 12. Yo le llamé Neuri, al aneurisma, y a ratos le decía "va, ya no te explotes. Aguanta un poquito, sólo un poquito más". 

Me operaron, con mercurio en plena retrogradación, y por supuesto me vino la regla la noche previa a la operación. Una fiesta. No lo digo de coña, la anestesia general es uno de los mejores inventos de la humanidad. Me hizo pasar la tardenoche del post operatorio más agusto que un gatete al lado de un radiador. Todo fue bien. Me rellenaron a Neuri de platino, me pusieron un stent y a los dos días me dieron el alta. Mientras tanto, Hor fue a verme todos los días y me traía todo lo que le pedía: bragas, cremitas, libros, barajas de tarot, queso, hamburguesas vegetas (es durillo ser vegetariana en el hospital). Se portó increíble, mi amor. 

Tuve mucha suerte. La última noche en el hospital apenas pude dormir. Del subidón de saber que me habían salvado, que aquello iba a petar. Que me habían desconectado una bomba de relojería que no sabía que tenía. Di abrazos a mis médicos, a las enfermeras, hubiera abrazado a todo el mundo. Pasé 15 días en total en el hospital y me había librado de una buena. 

Lo mejor de volver a casa: Mis gatos. Dormir con silencio y no con pitidos y enfermeras entrando a tomarte la tensión. Levantarme a la hora que me dé la gana. Comer lo que me dé la gana. El jardín. La piscina. Depilarme. Maquillarme. Sentirme jodidamente viva y afortunada. 

Me dieron un mes de baja y me va a sobrar una semana. He tenido molestias, mareíllos, un moratón tremendo por las vías que me pusieron en la operación y tengo medicación unos meses, pero en general todo va genial y procuro no quejarme nada de nada. Me ha tocado la mejor lotería. 

Así que terminamos Expediente Warren, nos vamos a dormir y al día siguiente me despierta Nadine. Nadine llegó a casa el 18 de octubre del año pasado. Tití me dejó un vacío muy grande y esta casa estaba pensada para tres gatos. Y yo siempre había pensado que si alguna vez Tití no estaba, adoptaría un gato mayor. Que son los que lo tienen más difícil. Miré en el instagram de Hoope e inmediatamente me llamó la atención su foto y su historia. Nadine vivía con 5 gatos más en una casa con una humana, pero la humana falleció y nadie se preocupó por ellos hasta al cabo de 3 semanas. Cuando llegaron a rescatarlos, uno había fallecido ya y todos estaban medio muertos de hambre y sed.

Pasó meses en el refugio y le calculan unos 12 años. Así que no era candidata fácil para una adopción. Yo me enamoré de ella, no me la podía quitar de la cabeza y se lo dije a Hor. Hicimos los trámites y fuimos a por ella. Desde el momento que llegó, estuvo feliz. Desde el minuto uno, ronroneaba y saltaba de alegría y durmió en mi cama y quiso hacerse amiga de Ginés (lo consiguió en seguida) y de la Enana (no tanto, porque la Enana es una gruñona. Pero hasta ella se acabó ablandando con Nadine) es cariñosa, lista, sociable, agradecida, juguetona, graciosa, aparenta tener un año. Y aunque no se parecen, tiene detalles que sólo tenía Tití y me hace pensar que es su prima espiritual o que Tití me manda mensajes a través de ella. Como diciendo "hiciste bien, tenía que ser ella". Y yo doy gracias cada día por tenerla aquí y saber que le estoy dando la mejor vida. 


Desayuno a gustísimo y saco una carta de tarot para el día de hoy. Estoy intentando aprender tarot. Sale El Sumo Sacerdote. Busco en mis libros y resumo la información en mi cuaderno. Hago así cada día, para intentar retener los significados poco a poco. Me está encantando el tarot. Me tomo mis pastis, me pongo Thrombocid en el moratón. Recojo la habitación, me pongo el bikini y me baño en la piscina. Me hago 30 largos y luego me doy una ducha calentita que es como estar en la gloria. Me pongo crema hidratante, me visto y pongo una lavadora. Limpio la arena de los gatos. 

Me cocino una ensaladita de huevos cocidos, atún vegetal, pimiento rojo asado y mayonesa. Y me voy a comprar al supermercado, porque mañana vienen amigos a cenar y quiero hacer mis famosas berenjenas rellenas asadas. 

Después hablo con un par de amigas, respondo mensajitos en instagram. Todo el mundo ha estado muy pendiente de cómo estoy y es muy de agradecer. Me siento muy querida. 

Me pongo a ordenar la carpeta de los papeles importantes y tiro un montón de facturas y cosas viejas. Esas cosillas para las que no se saca tiempo en la vorágine de la vida trabajando. Riego algunas plantitas. Ha sido un año de aprender mucho: he conseguido establecer a mi nueva yo en esta ciudad, interesarme por la jardinería y sacar adelante caléndulas, lirios, tréboles, hortensias, gynuras, tradescantias, perejil, cebollino y un kumqat.

Aprendí un montón en el curso de joyería, y este año seguiré. Hice bastantes encargos de mis cosas de vidrio (Aunque muy tranqui. No me he dado mucho bombo. En este tema, sé que lo mejor está por llegar) Fui a las clases de restauración y me cundió, aprendí lo suficiente como para ser capaz, con la ayuda de Hor, de modernizar muy dignamente el mueble del salón. Quedan más. Ibamos a empezar con otro justo cuando me ingresaron. En esas clases no voy a seguir porque me he apuntado a Yoga y todo ya no puede ser. Mañana (7 de octubre) empiezo Yoga. 

Me adapté al no bullicio, a no vivir en el centro. A disfrutar de esta casa grande, a reírme cuando pasa el chatarrero a las 8 de la mañana o los vecinos soplan las hojas del jardín a la misma hora. Todo el mundo madruga más que nosotros. Lo conseguí, me adapté a esta nueva etapa de mi yo, y soy feliz. Y soy la fucking Emperatriz de mi vida y de nuestra casa.

Al final no fui a que me leyeran el tarot. Las cosas importantes que han pasado, no hubiera podido evitarlas. Y no me da ninguna angustia pensar en cómo estaré el 27 de septiembre del año que viene. Porque lo que tenga que ser, será, y lo que no, no será. 

Por la tarde picoteo. Como pipas, pepinillos, una cervecita. Así que cuando llega Hor él cena fuerte pero yo como un poco de queso, fruta y estoy. Y no lo podemos evitar, nos vemos Expediente Warren 2. Por supuesto, también basada en hechos reales. Como todas mis historias favoritas, memorables aunque no pase gran cosa. No hay explosiones ni persecuciones a 200km ni nadie salva el mundo ni gana la guerra en mis historias favoritas. Hay chicas acariciando a sus gatas, gente enamorándose, niñas siendo desobedientes, ancianos echando de comer a las palomas. Hay casualidades de esas que te dejan pensando en el destino. Pequeños pero impactantes giros inesperados de la vida. Señores que caminan 15 km al día y cumplen años hacia atrás, ferias de pueblo con olor a churros y patatas asadas, cajas de Nicanores, un caracol que aparece en mi puerta una mañana cualquiera, plantas que rebrotan cuando las dabas por muertas. Magia de andar por casa. 

Mi coco por dentro y Neuri, abajo a la derecha




martes, 28 de septiembre de 2021

27 de septiembre - Especial Décima Edición - La Nueva Anormalidad

Y van diez años, que se dice pronto. Todo porque en 1935, el escritor ruso Máximo Gorki propuso que toda persona presente o futura narrase un día de su vida: en concreto el 27 de septiembre. Es "El día que hay que escribir"

Y cuando dan las 00:00, estoy con Hor viendo "El juego del calamar" en el salón del chalet donde nos hemos mudado este verano, en Rivas. Lo del chalet fue una oportunidad que había que coger al vuelo y estaba decidido desde enero. 

Antes de eso, en diciembre, mi amigo Darek me invitó a ir a un tarotista vecino suyo. Fue la primera vez que me leían el tarot y salieron  un montón de cosas, algunas de ellas complicadas y otras sin sentido, que fueron teniendo mucho sentido con  los meses y se han ido cumpliendo poco a poco para mi sorpresa y a veces resignación. 

Nos vamos a dormir a la buhardilla, que es un poco mi territorio en esta casa y que iba a ser también el de Tití. El año pasado, al final en noviembre volví a mi casita después de meses confinada en casa de Hor.  Volví con Tití a mi barrio, al bullicio, al centro, a mi vida. Fueron unos meses bonitos, de nuevo en la madriguera diminuta ella y yo. Ahí pasamos Filomena y lo que no sabía que serían los últimos meses de Tití conmigo. Es lo más jodido de este año y lo más triste desde que escribo El día que hay que escribir: no hay ronroneos de Tití este año. Dejó de comer el 1 de agosto y murió el 7. Esos días tenía que haber estado haciendo maletas para la mudanza pero todo quedó en paréntesis por estar con ella día y noche y no perturbarla. No dejó de ronronear ni de salir a pasear por la corrala hasta el último día, hasta sin fuerzas.

Es complicado que los humanos aprendamos de la brutal dignidad de los gatos para morir, para no apegarse a una vida que dan por terminada. Yo le daba las gracias por haber sido mi gata y la lamía con mis lágrimas. La mañana que murió le susurré "avisa cuando llegues, para saber que has llegado bien" y esa misma tarde me dormí (no habíamos pegado ojo en toda la noche, ni ella ni yo) y la soñé dormida, súper a gusto, y como si la viera a través de un  cristal de colores, que se reflejaban en su lomo blanco. 
Y fue más que un sueño y supe que había llegado bien. 
La enterré junto a un madroño, en la tierra donde nació. La enterré con sus juguetes favoritos para que persiga avellanas en la otra vida. Y la he echado de menos constantemente, a todas horas, como si una parte de mi cerebro realmente fuera ella y estuviera configurado para buscar su mirada y su ronroneo, estar pendiente de su bienestar. Como si me faltara mi hermana gemela. Sólo me alivió un poco su ausencia tatuármela en el brazo. Para poder verla a todas horas. 

Yo no odié a 2020. Me cae mucho peor 2021, la verdad. Con un montón de expectativas rotas en pedazos, con broncas en la escuela, desengaños, pérdidas. Con el hecho de dejar atrás la que ha sido mi vida tantos años, mi casa diminuta donde fui tan feliz. 

Me gusta esta casa nueva, tan grande, con tanta luz, con su jardín y su piscina y sus infinitas posibilidades. Yo no he firmado la hipoteca pero el precio para mí también ha sido alto. Me ha costado y aún me cuesta, aunque haya sido mi decisión, empezar esta nueva etapa en una ciudad pequeña, donde conozco a muy poca gente, volver a conducir después de tantos años, renunciar al bullicio, a las miles de fruterías, a las tiendas de alimentos del mundo, al metro a 2 min de casa, a Madrid centro. Han sido tantos años que esa ciudad era parte de mi identidad. Y aún no sé bien quién soy a partir de ahora, en esta nueva vida. 

Sí hubo vacunas, aunque no milagrosas. Sí volvimos a abrazarnos, yo nunca había dejado de hacerlo. Se acabó el toque de queda, el confinamiento perimetral, las cuarentenas. No se acabó la mascarilla, ni la desconfianza como nueva anormalidad. Ni las pesadillas. Ni la amenaza sutil y permanente de que todo se puede ir a la mierda de un momento a otro. 

Desayuno. Hace meses que no fumo. Hor estudia, tiene examen el jueves. Así que hago yo la comida, macarrones con tomate y heura. Comemos, me acerca a la escuela porque vamos con prisa y si vamos con prisa prefiero que conduzca él. La otra socia de la escuela nos ha citado a Encarna y a mí para hablar un rato de cosas de la escuela. Pronto será halloween. Cuanto terminamos, contesto un montón de whatsapps de alumnas y gente que quiere apuntarse. La escuela está a reventar y es el primer año que no tengo una gran ilusión por ello. Curro un rato en recepción, después me toca dar dos clases. 
Eso lo sigo disfrutando, aunque tengo que reconocer que cada vez me pesa más el cuerpo y la mente. 

Estoy montando un taller de cosas de vidrio aquí en la casa nueva y pretendo darle duro a ello este año. 
La semana que viene empiezo un curso de joyería y otro de restauración de muebles. Me hace ilusión crear cosas con las manos. 

No alcanzo a imaginar mi vida el año que viene por estas fechas. Igual que no imaginaba cómo sería mi vida este año por estas fechas. Creo que en diciembre iré de nuevo a que me lean el tarot. Sólo para estar medianamente prevenida. 

Termino las clases, Hor me recoge y yo conduzco hasta casa. Cenamos tortilla que me dio mi madre el fin de semana. Vemos First Dates. Le pido que me haga trenzas. Y dan las 00:00. 







lunes, 28 de septiembre de 2020

27 de septiembre - el día que hay que escribir (novena edición) ESPECIAL PANDEMIA

Y van nueve. Todo porque en 1935, el escritor ruso Máximo Gorki propuso que toda persona presente o futura que escribiera, ya fuera de manera profesional o aficionada, narrase un día de su vida: el 27 de septiembre. 

Ya no creo que deje de hacerlo hasta que me muera. En esta ocasión, cuando comienza el domingo 27 de septiembre de 2020, estoy en el salón con Horacio viendo Vikingos en el ático, en Rivas. No estoy de visita. Vivo aquí desde marzo, desde el Estado de Alarma y Pandemia. Esa crítica semana en que todos los planes del mundo mundial se fueron al garete y los supermercados se quedaron sin papel higiénico, agarré a Tití y un par de maletas y nos vinimos para acá. Me acojonaba que cerrasen el metro y quedarme confinada en mi casa diminuta y sin ver a Hor hasta vete a saber cuándo. Así que me vine aquí hasta que la cosa se calmara pero de momento no se ha calmado mucho que digamos. Y aquí seguimos. No me arrepiento: Convivimos bien porque somos buen equipo y nos queremos y nos cuidamos. Pero así es: Nueve años de relación y me vengo a vivir con él no por presión social ni planes de futuro, si no por una jodida pandemia mundial. Es muy bonito y muy apocalíptico confinarte con alguien a quien amas en medio de una pandemia mundial. Es algo que no ocurre en todas las generaciones. 

Voy por mi casa tanto como puedo. Esos ratos trato de habitarla porque creo que lo que no se usa y no se habita, se muere. No sé dónde voy a estar el año que viene. En mi casa, después de un proceso de luchar contra la acumulación, todo estaba exactamente como me gustaba, ni más ni menos. Aquí hemos tenido que negociar espacios, cosas, exceso de cosas que en algún momento me ha agobiado. Es así. Pero la verdad es que ya estoy bastante a gusto. Echo de menos mi barrio. Lo fácil que es ir a cualquier lado desde ahí. Tener todo a mano, el bullicio, las tiendas de comida del mundo y las miles de fruterías. La biblioteca, la tienda de Juan, mi escuela de manualidades. El año pasado estaba a punto de empezar a hacer Tiffany y me ha encantado. Me gusta muchísimo el vidrio de colores, y cortarlo, y pulirlo, encintarlo, soldarlo. Salen cosas mágicas de ahí. Así que he intentado aguantar las manualidades. Voy un par de viernes al mes, aunque septiembre se complicó entre mis visitas al dentista y la cuarentena de mis profes. El puto virus, está en todo. Y no quiero dejar de hacer Tiffany. Es un arte en peligro de extinción y a mí me encantaría ser maestra vidriera algún día. Entre tantas otras cosas que me encantaría ser todavía.

Total, me esperaba un fin del mundo con más saqueos y más caos, pero por el momento hay electricidad, internet, comida para los gatos, agua caliente, la nevera está llena y la escuela abierta, aunque la mitad de las alumnas estén confinadas y todavía debamos clases de marzo. Ya no se hacen planes ni a medio plazo. Todo puede ocurrir. Todo es un videojuego en el que van cambiando las normas y los códigos. Un episodio regulero de Black Mirror. La escuela iba bien. Iba muy muy bien. Hasta marzo de este año. Ahora ya veremos. Quién coño sabe. Trato de disfrutar el día a día de sobrevivir, de haber vuelto a abrir y tener las clases llenas hasta la semana pasada. De seguir volando como acto de resistencia. Sólo sé qué confío en que tendremos fuerza para afrontar lo que venga. Porque es una carrera de resistencia, no de velocidad. Resistencia, no velocidad. Resistencia, no velocidad.

También sé que hay una nueva división de clases: por un lado está la gente que lleva mascarillas quirúrgicas, que hace parecer el mundo un gran quirófano y a todos unos enfermos, y me da bajón existencial (ya me voy acostumbrando a verlas, pero las odio.) Y estamos las personas que llevamos mascarillas de colores o negras,o lo que sea, pero que me hacen sentir más como un ser humano con dignidad, como una Pussy Riot con un cóctel molotov en el bolso. Y cuando me siento así no está tan mal la Pandemia. Y en mi alma de yonki de belleza, lo de la mascarilla no-quirúrgica es un acto de resistencia estética quizá decisivo como especie. 

 (Y seguir amando como acto de resistencia. Y resistir como acto de amor. Estamos en un punto en el que un abrazo es un acto de irresponsabilidad sanitaria. Yo estoy del lado de lxs que arriesgan su vida en un abrazo. Prefiero un abrazo y morir con la certeza de seguir siendo humana. Prefiero ir a una boda de alguien que me importa que no ir. Y a un funeral. Esos actos que se suponía que definen la esencia humana. Yo qué sé. Esto de la pandemia me hace pensar mucho en lo esencial del ser humano. Y mi conclusión es que prefiero morir sabiendo que he vivido.) 

Así que terminamos el episodio de Vikingos y nos vamos a leer y a dormir. Duermo bien. La noche anterior, del vienes al sábado, me había despertado con un ataque de dolor mortífero de ovarios. Me pasa de vez en cuando, esta vez duró solo unos minutos, diez, quince, no sé, en los que me quería arrancar la tripa pero al final pasó y me dormí. Hacía mucho que no me ocurría. Al cabo de unas horas, me estaba bajando la regla. Este año he fumado menos. A temporadas apenas fumo, a temporadas vuelvo. Me tomo a mí misma con paciencia pero es un hecho que cuando fumo menos o no fumo, la menstruación es una broma. Y cuando fumo, me muero de dolor. El universo me dice que cuando fumo me pasan cosas malas y cuando no, me pasan cosas buenas. Pero es difícil luchar contra los hábitos. Intento trabajar lo que hay debajo, la raíz de la adicción. Llevo gran parte de este año con eso. Sanar mierdas. Recordar quién soy. A veces, durante años, se me olvidan cosas de mí. Y luego recuerdo. Ahora tengo menos pesadillas cuando dejo de fumar. Las casas que aparecen en mis sueños ya no están en ruinas, y es un alivio enorme.

Me despierto sobre las diez, Hor poco después. Abro la puerta a Tití para sus paseitos de la mañana. Sale a la terraza, huele el día, bebe agua de su sitio favorito y vuelve a entrar, así varios paseos. No conviven los tres gatos a todas horas. Pero vamos mejor. Tití no había convivido con otros gatos y le cuesta. Hace tres semanas se puso muy malita y pensé que se moría. Era que le empiezan a fallar los riñones, pero han dicho que tal vez con su medicación diaria y la dieta especial y mucho amor y algo de suerte aguante muchos años con la calidad de vida que tiene ahora, que es mucha. Le rezo mucho a la diosa de los gatos para que me permita estar con ella y cuidarla muchos años más, rezo a la diosa de los gatos para que esté bien y feliz, y que se lleve mejor o peor con Ginés y la Enana es secundario. Es un hecho que Ginés la adora y la Enana la respeta. Ha habido momentos y meses muy estresantes pero pedimos ayuda a una etóloga felina y poquito a poco hemos mejorado: No estamos nada mal. Quiero  estudiar auxiliar de veterinaria y ser geriatra felina, para cuidar mejor de Tití. Es un plan para los próximos tiempos.

Y desayuno café con leche de avena, y reviso el móvil de la escuela por si escriben nuevas confinadas y hago una lista de los grupos que hay que reorganizar el lunes a primera hora, y pienso en cosas para las clases de la semana que viene. Hor estudia porque sigue en la uni, se ha cambiado de carrera y está apretando a tope. Después, a la hora de comer, le toca irse a currar, hoy tiene guardia. 

Y después yo tenía plan: Fui a un parque donde hacen acrobacias, verticales, acroyoga y cosas así, en lo que creo que ha sido mi primer acto de vida social en Rivas desde que vivo aquí. Todo porque hace poco conocí por casualidad y por instagram a Darek, personaje extraordinario y espectacular del mundo del circo que me está enseñando a hacer el pino y hoy me ha invitado a entrenar con sus amigxs en el parque. Y ha sido muy guay. Hacía solecito y estábamos descalzxs sobre la hierba y podía mirar cómo hacían sus cosas súper difíciles de gente con superpoderes y que me enseñaran cositas menos difíciles para llegar a hacer esas cosa algún día, y todo el mundo era muy majo y casi casi casi parecía la antigua normalidad (todo lo normal que pueda ser gente haciendo el pino por todas partes. Pero seguro que me habéis entendido) Y ha sido bonito. Muy bien en un 27 de septiembre.

Cuando se fue el sol hubo retirada, y me acercaron a casa y mimé a mi gata, y salió a la terraza, y luego hice mimos y jugué con todos los gatos y convivieron un ratito en paz. Llamé a mis padres. Me di un baño. Al ratito llegó Hor. Cenamos juntos, espárragos con mayonesa, sobras de pizza que estaba muy rica, sopa de ayer. Nada de lujo en la cena de hoy: el lujo es compartirla con él. Y contarnos la tarde y vernos otro episodio de Vikingos antes de que él se vaya a estudiar y yo a escribir este día.

Y aquí, en la habitación de Tití, me sirvo una copita de vino blanco y una bolsa de pipas para celebrar este 27 de septiembre, y abro este viejo blog. Releo mis anteriores 27 de septiembre, pienso en cómo ha ido cambiando mi vida (la verdad es que todo para bien) y en la inmensa suerte que es seguir escuchando a Tití ronronear mientras escribo, año tras año. Hor viene a darme un beso. Le abrazaré en cuando termine de escribir y me vaya a dormir, preparada para otra semana de trepidantes aventuras, consejos de ministros y confinamientos selectivos o no. ¿Tendremos que cerrar la escuela? ¿Conseguiré hacer el pino? 

¿Habrá Tercera Ola, Nuevas Cepas, Milagrosas Vacunas? ¿Habrá algún día una Nueva Antigua Normalidad? ¿O sólo una Realidad Real con sus hostias en racimo? ¿Seremos felices a pesar de todo? ¿Tenemos lo que nos merecemos? ¿Lo que consentimos? ¿Lo que atraemos? 

¿Desde cuándo no engrasa usted las bisagras de las compuertas que dan acceso a su único e irrepetible Mundo Interior? ¿Se ha mirado por dentro últimamente? ¿Le gusta lo que ha visto? ¿Tiene los minerales adecuados para alinear sus chakras durante el próximo confinamiento? ¿Será el creciente negocio de las fotos de pies algo a tener en cuenta para el futuro de la humanidad autónoma? Sin duda lo mejor y lo más extravagante está por venir. Encuentre todas las respuestas en la próxima edición 2021: ¡Especial diez años de 27 de septiembres!