viernes, 11 de enero de 2013

navidades

no significan mucho para mí y además el año empieza cada día y empieza muchas veces a lo largo del año, no sé, pasa el tiempo de manera espiral, circular, sí, pero espiral, y las navidades no significan demasiado para mí. me gusta ver a mi gente, la que vive fuera y vuelve por estas fechas, eso sí. pero celebrar, lo que es celebrar, no celebro. pasé días en mi lugar natal. normalmente voy, como con mis padres y a veces me tomo un café con alguien y me vuelvo a madrid pero esta vez estuve unos cuantos días. de esas veces que te da tiempo a pasear y descubres que las tiendas y los bares que conocías ya no están. una leve melancolía. una de las tiendas de golosinas de referencia de mi barrio, convertida en un compro oro. tremendo. 

las navidades, cuando era pequeña. eso sí. molaban mucho más. muchos días de vacaciones. nos íbamos a la casita del bosque. lo mejor de las navidades era pasar días y días con mis amigas de allí. hablo de tener seis, ocho, diez años. lo que más recuerdo son las patatas asadas en las brasas de la chimenea, los gatos durmiendo al calorcito en los sofás (yo los colaba. por la noche me obligaban a sacarlos al garaje. me daba mucha pena. se quedaban en el felpudo de la puerta y yo en la mirilla.) y patinar en el hielo de los charcos. sobre todo eso: patinar en el hielo de los charcos. había charcos enormes en los caminos. íbamos por la mañana, antes de que los todoterreno nos los destrozaran. el hielo liso, la profundidad del charco incierta. con botas de agua llevabas la seguridad de no calarte si rompías la capa de hielo. pero eran más pesadas y no resbalaban bien. con las deportivas te podías calar de agua helada hasta la pantorrilla. pero eran ligeras. y patinaban de lujo. y patinábamos en el hielo de los charcos, sí, en el hielo de los charcos. arriesgando. tanteando cuándo se iba a quebrar. algunas veces, caladas hasta la pantorrilla de agua helada y sucia. por arriesgar demasiado. y era lo mejor.