Me encantan los músicos que tocan en los vagones. Sé que lo harían en un escenario si pudieran, sé que a ellos tal vez no les guste tanto hacerlo como a mí escucharles, pero creo que hacen un gran aporte a la felicidad de la gente en las grandes ciudades.
A la mía, seguro. Siempre paro de leer y escucho, y les miro, y sonrío. Soy tu público, voy a escucharte con todo el cuerpo así que hazlo bien. Es justo. A mí me hace más feliz y a ellos también. Si llevo suelto les doy algo. Si tengo mucho trayecto o varios transbordos, es fácil que me haya gastado un par de euros antes de llegar a ningún lado y antes de tomarme nada ni comprar nada. Tengo una creencia bastante infundada que consiste en que si quieres que la vida se porte bien contigo, tienes que portarte bien con ella.
Y la música en directo es algo valioso que la vida te ofrece, que Madrid ofrece casi en cada esquina. No entiendo a la gente que es capaz de seguir con los auriculares puestos mientras alguien canta y toca un instrumento apenas a un par de metros de distancia. La proporción entre talento musical y desparpajo es variable y no siempre directa, pero todos, absolutamente todos, son valientes.
Otro sector interesante lo componen los músicos de pasillo de metro. Haciendo el transbordo entre una línea de metro y otra, a veces encuentras sorpresas. A veces las sorpresas acaban siendo rutina, como cuando haces todos los días el mismo transbordo, y son paradójicas rutinas sorprendentes. Te da bajón el día que no están.
Así llevo en mis recuerdos de forma muy grata, a aquel acordeonista que veía todas las mañanas en Avenida de América, siempre serio y concentrado, formal y puntual, que cuando yo llegaba a las siete de la mañana ya tenía las teclas tibias. Cuando yo volvía a las dos de la tarde, aún seguía. Le vi durante años. El desconocido más familiar de aquellos años.
También al negro (negro, o componente de lo que en España -y no en Nigeria, por ejemplo- se puede denominar minoría étnica con una muy elevada concentración de melanina en la piel) que cantaba como la reencarnación de Bob Marley canciones de Bob Marley y me quedaba embobada escuchándole -y no era la única- antes de echar mi euro dándole las gracias y siempre devolvía la sonrisa y te dedicaba la siguiente frase de la canción. Tenía presencia de escenario. Y vestía bien. No sé dónde estará, hace mucho que no le veo, pero siempre pensé que encontraría algo mucho mejor, que yo pagaría por un concierto suyo.
Y cómo no mencionar a dos que he visto hoy, y ya son dos viejos desconocidos. Son dos violinistas. Uno toca dentro de la estación de Nuevos Ministerios. Alto, rubio, flaco, siempre lleva puestos tapones. Pero es la tercera vez que paso y está tocando el Pachabel. Sé que hay crisis y el Pachabel siempre funciona, pero hay que variar. A lo mejor es que paso justo a la hora del Pachabel. Que es ordenado y metódico, y a esa hora toca el Pachabel llueva o truene. Vamos rubio, que yo te he oído tocar tangos de Gardel.
El otro siempre está en el metro de Ciudad Universitaria, y alguna vez le he visto también en Moncloa. Me encanta. Tiene cara de ser un poco tímido, de ser muy inteligente, y toca muy bien. Debe tener veintitantos y en los dos años que le llevo viendo ahí, se le ve más seguro de sí mismo, viste mejor, sonríe más. Y me tomaría una caña con él.
Y el otro que me he encontrado hoy, esta vez músico de vagón, ha sido muy bueno. Por él empecé esta entrada. Porque ha hecho una presentación con mucha gracia 'la música es el lenguaje universal! les traigo una canción para acompañarles un par de estaciones dándoles toda mi buena energía a cambio de su sonrisa!' era mucho mejor, hablaba rápido, pero la esencia era esa.
Ha tocado muy bien y ha cantado muy bien esa canción de arriba, 'Color esperanza' con su precioso acento caribeño y su sonrisa enorme. Al terminar ha dicho algo como 'muchas gracias damas y caballeros, si alguien desea hacer alguna aportación estaré encantado pero sobre todo les pido que me aporten su sonrisa, que eso es gratis, ¡es gratis! y es un punto de partida para que todo vaya mejor hoy! gracias, y gracias por tu sonrisa! -iba diciendo mientras le dábamos monedas- eso es señorita! gracias por compartir su sonrisa!- le decía a una chica sonriente y ruborizada y se ha abierto la puerta del vagón y todos hemos bajado riendo y sonriendo.
La gente que esperaba para subir nos ha mirado algo extrañada.