lunes, 8 de octubre de 2012

niños ferales





Una cosa llevó a la otra. Leer Colmillo Blanco me hizo pensar en lobos. Los lobos me hicieron pensar en los niños ferales, esos que por diferentes causas son criados por animales. Me pasé días leyendo sobre ello. Impacta el  número de casos registrados que hay: imagina cuántos casos no llegan a conocerse. Los casos que más me gustan son los de niños criados por lobos (no tan feroces como los pintan). Hay de todo, es increíble: hay casos de niños-gallina y de niños-oveja. Pero mis favoritos son los niños-lobo.

Y mi favorito es Marcos Rodríguez Pantoja. Caso cercano, reciente, documentado y comprobado. Trece años viviendo entre lobos. Huyendo de los humanos. Un caso atípico, porque ya era un niño formado (con el lenguaje y pautas humanas de conducta ya desarrolladas) y por eso más o menos logró adaptarse a la sociedad ya de adulto. La mayoría no consiguen aprender a hablar correctamente. Sin contacto con otros humanos, no somos ni siquiera bípedos. Siempre ocurre: se encuentra a un niño salvaje y los esfuerzos van enfocados a la reintegración en la sociedad humana. Pero esa no es su sociedad, no son sus códigos, nadie que no se ha criado entre humanos se reconoce como humano. Casos de niños 'cazados' que se escapan para volver con su familia de lobos. Lo veo normal, veo normal que se escapen. Creo que no se puede imponer la civilización a un niño salvaje. No la quieren ni la necesitan. Sería como enseñar a un lobo a comer con cuchillo y tenedor, lo encuentro absurdo. No lo sé. Lo comprendo desde un lugar hondo. Si te atrapan, muerde y huye.

Recuerda cuando eras pequeña: sentías la atracción del bosque. Cuando estabas en el bosque -que era muy a menudo- no querías volver a casa. Te escondías de los humanos, porque los humanos que veías casi siempre eran cazadores y tenías miedo de que te cazaran. Vivías tu película de niña salvaje. Porque los veías como a los malos, como a la muerte. Pensabas más como animal que como humana. Estabas convencida de que serían capaces de disparar si te veían. Ahora has recordado que sólo hubiera hecho falta que te hubieran tratado mal para huir. Querías un motivo para huir, pero no lo tenías. Y no había lobos que te pudieran adoptar. Así que los brotes de salvajismo terminaban al anochecer, cuando empezaba a apretar el miedo a la oscuridad. Volvías a casa -niña, ¿dónde te habías metido? te tengo dicho que no vuelvas de noche- con el secreto dentro del pecho: nunca lo sabréis pero yo quería quedarme allí. Nunca lo sabréis pero casi no vuelvo. La palpitación, la llamada del bosque. No volver a ser humana.