Era su último cumpleaños. Todos lo sabían y él también. Aunque por supuesto, nadie lo decía y todo el mundo se mostraba alegre.
Pero era cuestión de semanas; en el mejor de los casos un par de meses. La enfermedad le había mermado mucho las fuerzas y, por primera vez, rompieron la tradición familiar de celebrarlo en el mismo restaurante de todos los años.
Esta única vez lo celebraron todos juntos en su casa, y lo pasaron bien aunque todos sabían que era la última vez, su última tarta, las últimas velas que soplaba en esta vida.
Después de los cafés, de una bonita sobremesa, de jugar a las cartas y contar un buen montón de anécdotas familiares, nadie hubiera dicho que el abuelo iba a morir no semanas ni meses, sino sólo tres noches más tarde.
-Pues ha estado muy bien, la verdad es que lo he pasado fenónemo- dijo, mientras todos se despedían- pero eso sí; el año que viene, lo volvemos a celebrar en el restaurante.