Los olivos son sorprendentes en términos reproductivos. Casi nunca nacen del hueso de la oliva. Casi siempre brotan desde otro olivo anterior. Resulta extremadamente fácil su reproducción por esquejes, e incluso -y esto me parece la bomba- enterrando el extremo de una rama larga, sin cortarla, en el suelo, hasta que eche raíces y pueda ser cortada e independizada del olivo primario. De esa forma es posible llenar un terreno de olivos, partiendo de un olivo. Y son como clones, el mismo olivo.
Así es el olivo: inmune a los trasplantes, capaz de resurgir de una ramita. El árbol de la inmortalidad.
Mi hermano es jefe de obra. Dirige obras. Una vez iban a construir unas casas en un terreno con olivos, así que les buscó nuevos hogares y ubicaciones. Y trajo uno.
Se dice pronto. Pero es que lo que se ve en la foto es la punta del iceberg de nuestro olivo. Lo trajo en un camión. Tuvo que esperar un mes fuera de la parcela, una masa gigantesca de madera compacta -eso es su raíz, quién sabe cuantos años o siglos ha tardado en crecer- y en lo alto, tres palitos. Parecían tres palitos, pero son esos tres troncos. La procesión va por dentro. El olivo crece al revés y por eso es inmortal.
No tenía ni una hojita y no estábamos nada seguros de si iba a sobrevivir. Estuvo más de un mes a la intemperie, hasta que mi hermano pudo traer una grúa para meterlo. Y mi padre tuvo que cavar durante horas y horas para hacer un agujero en el que pudiera estar tranquilo y sin sobresaltos durante los próximos siglos.
Y brotó.