jueves, 2 de diciembre de 2010

lecciones de estética- IV

el viejo me mira de manera insistente y yo que vengo del dentista pienso si se me notará la cara rara, si se me notará que tengo la boca dormida y no puedo gesticular. el vagón del metro está bastante lleno, el viejo está sentado y yo de pie. por suerte hay muchos puntos en los que concentrar la vista pero cuando notas que una mirada no se aparta de ti, al final vuelves a mirar. qué coño pasará, será que me han dejado yo que sé, manchada o algo pero en el reflejo del cristal no me lo veo. al viejo se le nota que tiene carácter, no sé, su rostro lo tiene y sus ojos imponen: con un azul intenso que olvida la edad que tiene, los años que lleva tiñendo esa mirada, las miles y miles de cosas que ha visto; y brilla sorprendido. llego a la parada donde hago transbordo. me preparo para salir y el viejo también. cruza el vagón dejando atrás la puerta que le queda más cerca y se coloca a mi lado cuando voy a salir. me dice con acento, con acento del otro lado del atlántico: -señorita, qué linda es usted. que dios la bendiga. (pero oiga de qué me habla, y si soy fea qué, ¿también me lo diría? y si estuviera rota qué, y si no le pareciera linda entonces qué: entonces que me pique un pollo, entonces no habrá bendición, entonces sólo se me acercarán los gatos y lo prefiero)