siempre que el avión despega hay unos segundos inciertos, unos segundos largos en los que oscila ligeramente, en los que no ha estabilizado el vuelo; unos segundos en los que el vértigo se agarra al estómago, y éste sabe que podría, que lo más seguro es que no ocurrirá pero que podría estrellarse y pum, acabar con todo y en esos momentos no sé por qué no tengo miedo, ni un poco, si todavía me apetece vivir por qué no tengo miedo a morir y la única respuesta que encuentro es que a pesar de todo lo que no he visto, de los sitios en los que no he estado y de todo lo que no he escrito, a pesar de no dejar ni una migaja a la posteridad, sé que he amado como un animal, como una loca, que he reído hasta llorar y he llorado hasta reír, que he bebido hasta vomitar, que he sudado y he temblado que si todo acabara aquí o ahí o allí, estos huesos serán un polvo intenso.