miércoles, 24 de noviembre de 2010

lecciones de estética - III

III.verano de 1994

A la mañana siguiente volvemos del médico. Han tardado más de dos horas en curarme y esto va a ser así cada mañana durante muchos días. Puede que quince, tal vez son veinte. Hasta que cicatrizo. Voy de la habitación al coche, del coche al médico, del médico al coche y del coche a la habitación. Permanezco ahí a pesar de que es verano, para que nada pueda infectar ninguna herida y porque los primeros días estoy hinchada y dolorida.

Llevo un sombrero que protege mis heridas del sol y que intenta evitar que la gente me mire. Pero la gente me mira.

Tengo terminantemente prohibido acercarme a nuestras gatas, que viven en el jardín y los alrededores y duermen en el garaje. Tocarlas o algún pelo podría hacer que se me infectase alguna herida. Es lo que más rabia me da. Además una ha tenido gatitos y no puedo ver a los pequeñajos. Un hecho increíble para mis diez años es que han traído la tele a mi habitación para que no me aburra tanto.

Cada día, al escuchar el ruido del coche, las gatas vienen a recibirnos. A recibirme. En el escaso recorrido del coche a la entrada de la casa, se frotan contra mis pantorrillas, me maúllan y ronronean.

-¡No se te ocurra tocarlas!-dice mi madre.

Durante ese verano, por las noches vienen a mi ventana. Todas las noches mis gatas, una o la otra o las dos, trepan al emparrado y caminan como equilibristas nocturnas y felinas sobre las barras y las parras y llegan a la ventana de mi habitación, que está en el segundo piso. Tiene rejas y una tela mosquitera que no puedo quitar. Pongo mis manos en la tela y se acarician contra ellas con todo el peso de su lomo y con sus caritas de gatas. Aplastan los bigotes contra la tela mosquitera y me hace mucha gracia la cara que ponen me reiría si pudiera. Deslizo mis dedos por la tela y juegan a atrapármelos, y después vuelven a buscar mis caricias y ronronean. Sólo ellas creen que nada tan malo me ha pasado. Las únicas que me recuerdan quién soy. Huelo igual. Huelo igual, así que soy la misma. Me huelen y no se asustan: están aquí, juegan conmigo, así que soy la misma.

Y creo que los gatos creen en la belleza interior.