Camuflada en esa tribu de aeropuerto que son Los Que Esperan está ella. En nada se diferencia del resto: los pasitos nerviosos de un lado a otro, el tic de comprobar la hora en el reloj a cada minuto, la mirada fija en LLEGADAS cada vez que sale a la calle a fumar.
Y finalmente, el respingo cuando una voz metálica anuncia el vuelo procedente de Tokyo.
Ella se camufla en la tribu para que nadie pueda adivinar su plan.
Cuando aparecen los otros, Los Que Llegan, las dos tribus corren a encontrarse en una batalla cuerpo a cuerpo de júbilo y amor.
Ellos no. Cuando se ven, sonríen como si se hubieran visto el fin de semana anterior. Pero lo cierto es que cada paso que avanzan hasta encontrarse, resume una semana de ausencia.
Frente a frente. Se miran. Se abrazan. Sólo la enorme maleta dice quién es el que llega y quién es el que espera.
Porque ellos son de la misma tribu. Hijos de un escalofrío en la piel del tiempo.
De pronto ella le toma la mano con urgencia y dice
-¡Vamos! ¡Nos están esperando!
-¿Quiénes?
-¡No, no, no! ¡No hay tiempo! ¡Corre, coge la maleta, vámonos ya! ¡Nos esperan!
-¿Quién nos espera?
-¡Corre, no preguntes!
Le arrastra casi en volandas; la maleta va quemando rueda. Salen a la calle y ella hace una seña a un taxi que está un poco alejado, con el cartel de OCUPADO.
El taxi se acerca inmediatamente y para frente a ellos. Lanzan la maleta al fondo del maletero. Ella comprueba los alrededores con mirada inquisitiva.
-Está bien, creo que nadie nos sigue. ¡Arranque!
La taxista, una mujer de mediana edad con apariencia de tipa dura, se cala su gorro, se ajusta los guantes sin dedos y sale pitando con un sonoro derrape.
-¡Y no se detenga por nada del mundo!
-No lo haré. Oye… antes te dije que exagerabas…
-Yo nunca exagero- sentencia ella, mientas sube un lado de su falda y comienza a quitarse, con mucha parsimonia, una delicada media con un precioso borde de encaje.
-Lo retiro. La verdad es que lo vale- afirmó.
Ella se ha terminado de quitar la media y su muslo desnudo se dirige como imantado, por fin sin la incómoda funda interferente, hacia él.
-Imagínese. Llevamos tres meses sin vernos.
-¿Tres meses? ¿Me tomas el pelo? Entonces esto es un asunto muy serio.
-Pues que se note- replica ella, la mirada fija en él, mientras baja la ventanilla y saca la media de encaje a ondear.
La taxista aceleró hasta alcanzar una velocidad absurda.
Pero la policía hizo la vista gorda.
Los coches de bomberos frenaron en seco, atragantándose con sus sirenas para darles prioridad.
Todas las ambulancias les cedieron el paso ante la evidencia de que aquello sí que era una cuestión de vida o muerte.