"Mis versos, escritos tan temprano
que no sabía aún que era poeta
inquietos como gotas de una fuente
como chispas de un cometa
lanzados como ágiles diablillos al asalto
del santuario donde todo es sueño e incienso,
mis versos de juventud y de muerte
-¡mis versos, que nadie lee!-,
en el polvo de los estantes dispersos
-¡que ninguna mano toca!-,
como vinos preciosos, mis versos
también tendrán su hora."
Marina Tsvietáieva hubiera sido un nombre en algún índice, o quizá ni eso, si no hubiera sido por la perseverante y tozuda labor de su hija Ariadna -Alia- que tras pasar 17 años en un campo de trabajos forzados, dedicó los veinte que le quedaban de vida a recopilar, ordenar y tratar que la obra de su madre no cayera en el olvido.
Gracias a Alia, leo los versos de Marina. Mis manos los tocan. Casi cien años despues, cómo ibas a pensar que te leerían sobre el mostrador de una aburrida recepción, tus versos tienen su hora, tus versos tienen y mientras yo viva tendrán su hora. Como el mejor vino, sí, el mejor vino.
Marina con Alia en Praga, 1924. (no sé de quién es la foto) |