lunes, 10 de diciembre de 2012

Pequeños grandes amores

Cada mañana coincidía con el desconocido en el mismo vagón. Ella solía leer. Él solía dormir. Eso le permitía observar su rostro, imaginar su nombre. Su vida. Enamorarse.  
Él siempre despertaba a tiempo. Se apeaba una estación antes que ella.

Cada vez leía menos. Abría su libro para disimular.  La certeza de que nunca se atrevería a decirle nada hizo que ideara una alternativa: entre todo el ruido del mundo, cerraba sus ojos y dormían a la vez. En el mismo vagón. Los mismos minutos. 
Juntos.