resulta que el lunes por la mañana estaba haciendo transbordo en avenida de américa (cosa que nunca suelo hacer los lunes por la mañana) y escuché, todavía a lo lejos, la melodía de un acordeón. me sonaba familiar, pero lo noté más alegre. tenía más luz que el que yo recordaba.
¿será él? me preguntaba. entonces doblé la última esquina y era él. mi primer desconocido conocido. el acordeonista de avenida de américa. le tomé cariño durante aquellos años, hace nueve, en que estaba cada mañana hasta por la tarde, muy muy serio y con su acordeón en esa misma esquina. siempre serio. generalmente yo me había levantado a las cinco y pico de la mañana, había venido a madrid desde guadalanada en el autobús de las seis y cuarto y él era un punto agradable del camino. ni siquiera sonreía cuando le daban monedas. pero estaba ahí todas todas las mañanas. y ese punto de estabilidad me parecía entrañable. en aquel entonces, una parte sustancial de mi vida transcurría en desplazamientos. él era un punto fijo. al cabo del tiempo, de los meses y los años, me saludaba con una mirada un poco menos seria, pero nunca alegre.
el lunes le vi. me di cuenta de que habían pasado nueve años desde la primera vez. y ahora sonreía. sonreía. y su música era mucho más alegre. yo llevaba bastante prisa, aunque no pude evitar disminuir el paso. estaba flipando. eso sí que no me lo esperaba. ¿qué habrá cambiado? ¿cómo será su vida? ¿qué ha pasado en estos años? hasta parecía más joven. pasó una rubia y le dijo sonriendo hola bonita ¿cómo estás? y la rubia le devolvió el saludo. seguro, seguro que se ven todas las mañanas a esa hora.