miércoles, 26 de junio de 2013

a veces tengo ganas de decir cosas como

que sólo me parece bien que coma carne aquel que se considere capaz de matar al bicho con sus propias manos.

no en plan matarife. no en plan cazador. digo como en la escena de Cold Mountain en que la vieja de la cabaña sacrifica a su cabra. y antes de degollarla le dice con todo su amor 'lo has hecho muy bien, cabra'.

en un programa de la tele traían a una familia de una tribu que no recuerdo de dónde era, una tribu 'primitiva', a un pueblo de España y los llevaban a ver la típica matanza de un cerdo. uno de los hombres de la familia era el chamán de la tribu y se horrorizó al ver que no rezaban por el espíritu del cerdo después de matarlo. y los salvajes pueblerinos se reían por lo bajini y miraban al chamán como si fuera idiota mientras él hacía sus rezos por el espíritu del cerdo.

creo que así no tendría reparos en comer carne. si se respetara a los animales. una vez, hace años, en un pueblo muy perdido de Gran Canaria comí un guiso de carne de cabra salvaje y lo entendí, porque no se parecía en nada a toda la carne de sabor esclavo que yo había comido hasta ese momento. y dicen que de lo que se come se cría. ojo.

así, sería diferente.

porque no comemos animales. la gente no suele comer animales: dice que come carne. es diferente. una masa, un objeto, una porción de carne. sin rastro de individualidad. un filete es cualquier filete. ¿filete de qué? de carne. así, en general. qué más da. qué bonitos los filetes colocados en una bandeja de plástico, qué silenciosos los filetes que no chillan, es cómodo comer filetes, claro. devorar animales como objetos.

los animales son objetos, los objetos son sagrados, las personas son números, las frutas más apetitosas son transgénicas, los pintalabios que no manchan llevan plomo, las tetas más redondas son de goma y a veces hay que esforzarse para no ver la vida como una película barata de serie B.