A mí siempre me llama Teresa.
-Usted en mis clases se llama Teresa- sentenció casi al principio y desde entonces, en la clase de Crítica Literaria, yo me llamo Teresa. El nombre de su difunta esposa.
-Bien, Teresa, dígame: si usted tiene que agarrar un animal desconocido ¿cuál preferiría que fuera: un perro o una gallina?
depende del tamaño del perro, pienso. hay perros que objetivamente, físicamente, me pueden
-Una gallina-contesto.
-Vaya, pues mucha gente elegiría el perro. A mucha gente le dan grima los animales con pluma. A mí me pasa, yo me he criado entre animales pero me gustan los de pelo. Los de pluma no, nada -y hace una reflexiva pausa- saben ustedes, yo maté una vez a un par de enamorados. Ya saben, yo soy buen tirador. Y a mi casa, que tiene un gran jardín en medio de Madrid, ustedes comprenderán que vienen cientos de pájaros. Es un auténtico incordio. No me miren así, sólo disparo. Ni siquiera soy cazador. Yo sólo mato en mi casa, y con silenciador, por el qué dirán. Bueno, pues anidaban en la hiedra, hasta que la tuve que quitar. Anidaban por todas partes. Y un día, vi un par de palomos enamorados y disparé a uno. Y el otro no huyó. No huyó. Sí, voló a una rama, pero ahí se quedó: mirando al otro, que estaba seco claro, no se movía. Me dio pena. Así que lo maté también.
La clase se agita -¡pero bueno!-dicen -muy mal, muy mal- una compañera de clase que es médica le echa una hipocrática regañina al anciano catedrático, pero a mí siempre me llama Teresa, y por eso
palomo viejo, tu crueldad me da ternura. palomo viejo y enamorado: sé que le pides explicaciones a quien quiera que sea el tirador que no te ha disparado a ti después.