Recuerdo que me acababa de bañar, mi madre me estaba ayudando a secarme. Tenía seis años. Y se lo dije sin pensar:
-Hay un niño en el colegio que dice que los reyes son los padres, pero yo no le he hecho caso. ¿A que no es verdad?
No me pareció que a mi madre le causara la más mínima turbación mi pregunta. Al fin y al cabo yo era la pequeña de tres hermanos. Sin darle más importancia, contestó:
-Bueno, hija; sí que es verdad. Los reyes somos los padres.
-¡Pero eso no puede ser! ¿Cómo van a ser los padres? ¡Si los reyes siempre vienen cuando todo el mundo está durmiendo!
-No cariño, eso es porque nos esperamos a que os durmáis antes de poner los regalos. Pero es verdad, somos nosotros. Lo que pasa que no se dice hasta que no sois mayores, como tú, para no quitaros la ilusión.
-¡No puede ser, no me lo creo! ¿Entonces el niño de mi clase dice la verdad y vosotros mentís?
-No es una mentira. Es una ilusión. Es bonito creer en los reyes magos.
-¿Es bonita una mentira? ¡Mentir está mal!
-No es una mentira, es una ilusión.
Yo salí del baño gritando que no podía ser, que no podía ser, que no podía ser.
Mi madre me dejó con mi rabieta.
Fue más o menos por el tiempo de la muerte de las Manojas, aquella planta tan simpática que vivía en mi portal y que los adultos tiraron a la basura cuando decidieron que abultaba demasiado en un portal tan pequeño.
Otros niños, pasada la rabieta, se sentían mayores porque sabían La Verdad, lo que otros niños más pequeños no sabían. Yo nunca he podido volver a confiar en los adultos como antes de saberlo. Para mí fue conocer La Mentira. Con mayúsculas.
Lo sigo pensando veinte años después: el primer engaño mediático de nuestras vidas. Eso sí que desvirga la inocencia, y no el sexo.
Lo hacen nuestros padres, pero lo apoyan todos los medios de comunicación, que van de laicos y de veraces. A partir de ahí, de ese engaño supremo, ¿qué puedes creer de lo que ves? Desde que tuve seis años, nunca he podido evitar que me dé grima cuando anuncian por televisión la llegada de Sus Majestades, los Reyes Magos de Oriente.
Pienso que a los niños les haría la misma ilusión que sus padres, una vez al año, les hicieran regalos. Porque les quieren. Incluso que los hijos aprendieran a hacer lo mismo desde que son pequeños, e hicieran regalos a sus padres. Regalo significa intercambio, reciprocidad.
Nunca entendí el porqué de ese engaño. Me parece que es cruel. Los primeros en engañarte total y mavisamente en esta vida, son tus padres. Los niños no tienen ninguna necesidad de esa ilusión, que es creada por los adultos para luego ser insostenible. Tan absurda. Normalmente una mentira tapa algo. En este caso, no tapa nada. Por eso es una ilusión. Peor que una mentira, porque detrás de una mentira se esconde una verdad, una razón para mentir. Detrás de esta ilusión no hay nada. No hay razón.
Ahora tengo sobrinos, y también están dentro del engaño. No puede uno meterse en qué creencias o ilusiones le inculca cada cual a sus hijos. Así que hago la función, aunque me dé picor de conciencia. Porque se enterarán, y se enfadarán y recordarán nuestras palabras y nuestros engaños y tal vez aprendan a odiar la mentira sin llegar a odiar a los adultos. Pero yo odié a mis padres durante un rato por haberme mentido, y después de eso ya no les odié, se me pasó, pero jamás comprendí por qué se hace, por qué todos lo hacen.
Quizá es iniciático. El primer desengaño de tu vida. Sin poder elegir. Para poder decirte después: 'tú ya eres mayor, ya sabes lo de los reyes'.
Ya sé que los adultos podéis ser un atajo de mentirosos sincronizados en representar la misma mentira, eso es lo que sé...