aquel columpio sin columpio en cuya estructura trepábamos como dos monas, practicando durante horas, como las exigentes gimnastas de diez años que éramos. Aquellas barras sin colchonetas a las que sobrevivimos enteras: nuestros coxis, nuestras columnas vertebrales con flexibilidad felina.
Y aquella valla rodeando la pista de patinaje, y dar volteretas y más volteretas con la tripa en la barra.
Y en la valla que delimitaba el campo de fútbol: volteretas y más volteretas.
Y aquellas acrobacias en los columpios de hierros del barrio -con salida en pino puente hacia atrás.
Y subirme a las ramas de la encina y colgarme cabezabajo.
Y los saltos mortales y los saltos imposibles al tirarnos a la piscina.
Saber que quiero volar; soñar que vuelo. Despertarme y estar volando.