martes, 9 de julio de 2013

la llamada de la anciana salvaje

hace años trabajé en el servicio de teleasistencia de ancianos. para quien no tenga ni idea de qué es eso, a los ancianos que lo soliciten (y cumplan ciertos baremos) se les proporciona un aparato con un botón de alarma que conecta directamente con una central donde gente como por ejemplo yo (éramos inmensa mayoría de trabajadoras sociales recién diplomadas...con contrato de teleoperadora, sueldo de mierda y condiciones basura, eso sí, cómo no) responde a esa alarma y moviliza los recursos que se necesiten, en caso de que se necesiten. a veces no pasaba nada. a veces llamaban para saludar, o para hablar. muchos se sentían solos. no se sentían: lo estaban. nosotras también llamábamos a los ancianos. cada caso tenía sus llamadas, y estaban programadas en función de las necesidades de cada cual. algunos dejaban dicho que no se les llamase porque sí, a otros se les llamaba una vez a la semana para saber qué tal estaban. a los que tenían mala memoria se les recordaba la medicación y se les llamaba a las horas que les tocaba tomarla, ya fuera una vez al día o seis.

también había una mujer que no era anciana, era suicida. había que llamarla cada mañana para comprobar que seguía viva. era bipolar y lo mismo descolgaba y colgaba sin contestar, que te mandaba a tomar por culo a gritos, que te agradecía muchísimo la llamada. era bastante imprevisible. la broma para novatas era esa: hacerte llamar a Lola la suicida. a mí me caía bien, acabamos teniendo conversaciones en las que me contaba cosas como que la locura fluía por su familia lo mismo que en otras todos son calvos y punto, que es lo que te tocaba: que su tía se tiró al tren, que su padre se ahorcó y que ella tenía clarísimo que moriría por su propia mano. y al final me acabaron asignando de manera no oficial la tarea de llamar por las mañanas a Lola la suicida. pero esa es otra historia.

el caso es que un día llamó una señora de esas a las que no llamábamos porque sí. cuando entraba una llamada aparecía el expediente en el ordenador, y el suyo no decía gran cosa. sus datos y poco más. viuda, sin hijos, dos sobrinos, decía el expediente. buena salud.

-Buenos días, soy Valeria de teleasistencia ¿cómo está?
-Hola guapa, mira, nunca hablamos. Pero es que se lo tengo que contar a alguien.
-Cuénteme, claro.
-Pues es que murió mi marido, que en paz descanse, hace años, y mi única familia son mis sobrinos, que están interesados en mi piso, en mi casa. Yo lo sé, me insisten mucho para que me vaya a una residencia, pero yo no quiero. ¡No quiero! Tengo casi ochenta años pero me valgo para todo y tengo la cabeza perfecta. Y me hablan como si estuviera loca. Es largo de explicar, pero son cosas como que te juro que alguna vez me han cambiado cosas, objetos de sitio para hacerme creer que estoy perdiendo la cabeza, y no. No. Así que mira, lo he pensado mucho y me he informado mucho. Y ya está. Hoy lo he hecho.
-¿Qué es lo que ha hecho?
-He vendido mi piso, es un buen piso en una buena zona. Me han dado un pastón. He pagado quince años de estancia con pensión completa en un hotel en Benidorm, un hotel precioso. Y me he dejado un dinero a plazo fijo hasta dentro de quince años por si vivo más. Con eso, junto con mis ahorros y la pensión, tengo más que de sobra para mis gastos y para pagar a un enfermero si es que lo necesito. Y a mis sobrinos que les den. No saben nada. Me voy la semana que viene. Si os llaman, tú, chitón, ¿me oyes?
-No se preocupe, no diré nada. Muchas gracias por contármelo. Es usted mi ídola.
-Qué maja. Gracias a ti. Necesitaba contárselo a alguien.
-Que lo disfrute mucho, muchísimo.
-¡Gracias!
y miré su expediente en blanco que permaneció en blanco.

y cuentan que todavía se la ve,
tomando el sol en la playa por las mañanas,
comiendo pescadito frito en el chiringuito del hotel,
jugando a las cartas con otras ancianas en el paseo marítimo por las noches,
y cuentan que una vez al año
manda a sus sobrinos una postal de Benidorm.